Quiero algunos buenos amigos que sean tan familiares como la vida misma; amigos con los que no haya necesidad de ser cortés y que me cuenten todas sus dificultades; amigos capaces de citar a Aristóteles y de contar cuentos subidos de color; amigos que sean espiritualmente ricos y que puedan hablar de obscenidades y de filosofía con el mismo candor; amigos que tengan aficiones y opiniones definidas sobre las cosas, que tengan sus creencias y respeten las mías.

lunes, 25 de enero de 2010

Buscando la excelencia.


El poeta latino Horacio, hace 22 siglos, escribió aquello de: «Quien ama la aúrea mediocridad, conoce la seguridad, porque se halla alejado de la sordidez de una vivienda deteriorada y lejos de un palacio que provoca envidias».
El estar «en el justo medio», ni con unos ni con otros, se ha convertido en el ideal del pensamiento considerado como sensato, equilibrado y correcto. Muchos llenaron su juventud de grandes sueños, de grandes planes, de grandes metas que iban a conquistar; pero que en cuanto vieron que la cuesta de la vida era empinada, en cuanto descubrieron que todo lo valioso resultaba difícil de alcanzar, y que, mirando a su alrededor, la inmensa mayoría de la gente estaba tranquila en su mediocridad, entonces decidieron dejarse llevar ellos también. Es una enfermedad sin dolores, sin apenas síntomas visibles, parecen, si no felices, al menos tranquilos, presumiendo de la tranquila filosofía con que se toman la vida. !Como me aburre esta gente, este concepto!. Acomodarse en el sofá de casa a verlas pasar, pendientes del qué dirán, contentándose con migajas y reprimiéndose constantemente. Pareciera como que una vez llegado al objetivo de alcanzar la casa deseada, la familia ideal, el trabajo estable y el coche de tus sueños, ya no existiese nada más importante que conquistar. Conformarse con pasar de puntillas por la vida no vale. La vida está llena de alternativas, hay que apostar y mantener la apuesta, siento que retirarse en el conformismo es como morir por adelantado.
Busca la excelencia y rechaza la mediocridad.



jueves, 21 de enero de 2010

Rob Hefferan

Hay artistas que quitan el hipo, hay obras de arte que una no se cansa nunca de contemplar.
La esencia de la obra de arte no consiste en hallarse rebosante de la particularidad personal del artista, sino en elevarse por encima de lo personal y en hablar por y para el espíritu y el corazón.
La pintura de Rob Hefferan me parece bellísima, sus obras han sido recibidas con mucho exito en el mercado de obras de arte, confirmando su posición como una de las estrellas emergentes más apasionantes de la escena del arte contemporáneo.
Si escuchas la música al tiempo que escudriñas con tus ojos cada detalle... casi podrás palpar lo que se denomina DELICADEZA.























¿Qué cuadro eliges?


lunes, 18 de enero de 2010

Incluso el fuego es frío.

Los meditadores profesionales nos dicen que es necesario ejercer el control. Cuando prestamos atención a la mente, vemos que el pensamiento vaga sin rumbo, por lo que tiramos de él hacia atrás tratando de sujetarlo; entoces el pensamiento vuelve a descarriarse y nosotros volvemos a sujetarlo, y de ese modo el juego continúa interminablemente. Si pudiéramos llegar a controlar la mente de manera tan completa que ya no divague en absoluto, entonces —se dice— habremos alcanzado el más extraordinario de los estados.




Sorprendente ¿no?...

domingo, 17 de enero de 2010

Si no la tengo, me la invento.


Sin duda. Nadie se arrepiente de traer un hijo al mundo. Es una decisión siempre acertada, un hijo es un gran tesoro y conseguir tesoros siempre exige sacrificios.
Ultimamente me cuesta conciliar el sueño, tengo la mala costumbre de apoyar la cabeza en la almohada y automáticamente dejarme asaltar por alguna preocupación, si no la tengo; me la invento, me ha sucedido toda la vida. Que si mañana sin falta tengo que hacer tal diligencia, que si me sentó como un tiro tal comentario, que si el próximo lunes hay reunión de padres en el cole y me coincide con la firma de un contrato, que si encuentro a mi madre decaída, que si, que si, que si... Normalmente después de hacer un repaso mental a todo lo que me perturba y ser consciente de que la mayoría de las cosas las puedo solventar al día siguiente, y las otras que se escapan a mi voluntad, soy incapaz de controlarlas por mucho que me pese, me doy por vencida y me suelo dejar mecer en los brazos de Morfeo.
Pero hay noches en las que no logro relajarme por completo, hay noches en las que me taladran los pensamientos, las preocupaciones reales o las que, según mi marido me saco de la manga. Siempre me dice: "Descansa, esa cabecita nunca para, no quieras llevar el peso del mundo a tus espaldas".
Esta mañana me he levantado de la cama cansadísima, más cansada de lo que estaba anoche antes de acostarme, los rayos de sol apuntaban directamente desde los cristales de la terraza de mi habitación hasta mi cara, el calorcito me despertó. Silencio absoluto. Aparté la gasa del mosquitero y durante unos segundos me quedé sentada al borde de la cama, recordé que Javi salió temprano, tiene guardia, así es que sin hacer ruido salí descalza de la habitación con el propósito de no despertar a Iris, pero... Iris ya hacía mucho tiempo que estaba despierta.
Sentada en su mesa de estudio, con los libros desplegados, la imagen me enterneció y a la par me inquietó. Es una estudiante brillante que nos ha colmado de satisfacciones, una niña apacible que en el trato sorprende por su responsabilidad, demuestra una madurez que no corresponde con su corta edad, sólo 11 años, y sobre todo posee una gran capacidad conciliadora y de sacrificio. Estas no son cualidades que le garanticen llegar a ser una "buena persona", aunque mi percepción sea justamente la contraria. Dicen que los primeros 8 años de vida forjan la personalidad del individuo, aunque influyan componentes genéticos y socioculturales, el entorno más cercano pienso que es de vital importancia para desarrollar hábitos positivos, y por tanto, virtudes a través de dos potencialidades humanas como son la inteligencia y la voluntad. La virtud es algo que se adquiere, pienso que todo ser humano normal puede adquirir cualquier virtud que se proponga, según dicen los psicólogos, al realizarse numerosas veces seguidas un acto positivo se logra el hábito, que fluirá naturalmente y llevará a la virtud.
Inculcar a nuestros hijos las virtudes humanas tiene una doble importancia: por un lado permite formar hombres y mujeres seguros de sí mismos y capaces de decir que no frente a las trampas nocivas que el mundo les ofrece, y por otro, dado que el ser humano es un ser social, permite que estos futuros hombres y mujeres se comprometan en formar un mundo más humano, más solidario y respetuoso de los derechos de los demás.
De esta forma no sólo tendremos hijos más felices, sino que podremos aspirar a una sociedad mejor.

Espero que suba en crecimiento personal muchos más peldaños que yo, aunque eso suponga el desvelo de muchas noches y el trabajo de muchos días.




viernes, 15 de enero de 2010

La grandeza del mar.


¿Sabes por qué el mar es tan grande? ¿Tan inmenso? ¿Tan poderoso? Porque tuvo la humildad de ponerse algunos centímetros bajo todos los ríos. Sabiendo recibir, se volvió grande. Si quisiera ser el primero, muchos centímetros encima de todos los ríos, no sería mar, sino isla. Toda su agua iría para los otros y estaría aislado. La pérdida forma parte de la vida. La caída forma parte de la vida. La muerte forma parte de la vida.

Es imposible vivir plenamente satisfechos. Necesitamos aprender a perder, a caer, a equivocarnos y a morir. Imposible ganar sin saber perder. Imposible andar sin saber caer. Imposible acertar sin equivocarse. Es dichoso aquel que ya consigue recibir con la misma naturalidad el logro y la pérdida... el acierto y el error... el triunfo y la caída...

"El secreto de la sabiduría, del poder y del conocimiento es la humildad".
Ernest Hemingway



jueves, 14 de enero de 2010

¿De qué diablos nos quejamos?


A veces sientes que de modo constante estamos pecando de vanidad, de creernos dueños y amos absolutos de la Tierra y de repente percibes la cruda realidad, lo sumamente insignificantes y vulnerables que somos.
Ayer cenaba con varias personas mientras a unos metros en la pantalla del tv daban las noticias de las 8.00h. Imágenes terribles sobre los damnificados haitianos de esta catástrofe natural. No sé, llevo dándole vueltas a la cabeza desde entonces porque me da la sensación de que no llegamos a tener la empatía suficiente ni la mínima humanidad necesaria para con aquellos que son víctimas de algún sufrimiento. Allí estábamos como si nada, cada uno a lo suyo, comiendo lo que había en el plato y persistiendo en nuestro egocentrismo cultural e inhumano. Acaso, algún comentario para quedar bien con el interlocutor y compañero de hule, alguna mirada supuestamente compungida y poco más. Nadie dejó de comer, a nadie se le indigestó la cena.
Son extraños pensamientos, quizás derivados del impacto que me produce ser consciente de la desaparición de tanto ser humano, del tránsito masivo de la vida a la muerte en un minuto en el que se rompe esa ecuación espacio/tiempo en la que nos movemos de ordinario. Me siento consternada, ¿Qué puedo hacer diferente a escribir o pronunciar palabras? Ante la magnitud de un desastre semejante cualquier acción meramente individual y desde la distancia no pasa de tener un alcance puramente testimonial, aún así creo que incluso eso es importante.
Testimonio de dolor por los que han muerto y por los que en el momento de redactar estas líneas, en el de leerlas y en el próximo futuro seguirán sufriendo.
¿De qué diablos nos quejamos?.



lunes, 11 de enero de 2010

Despedida.


Cualquier espera parece demasiado larga para el reencuentro.
Seis años despidiéndonos y reencontrándonos ya me supera, cada vez lo llevo peor. No tenemos la certeza de cuanto tiempo durará esta ausencia, pero sabes que volveréis, que iremos... que vosotros y nosotros estaremos bien.
Alguien dijo que crecemos aprendiendo a decir adiós, aunque algunos nos rasgan el alma, otros nos desarman completamente; el tuyo deja un vacío intenso, una opresión en el pecho tan pesada como una losa de piedra.
Al llegar a casa una nota a la entrada: "Mami eres la mejor".