SORPRESAS TE DA LA VIDA...

Después de 25 años la reconocí, aunque físicamente distaba mucho de la imagen que yo guardaba en mi retina, era ella.
Blanca era una de esas amigas que no se olvidan, era una chica entrañable, nuestra compenetración era tan grande, que bastaba una mirada para saber lo que nos queríamos decir. Pasamos juntas los 3 años de bachillerato y luego cada una tomó su camino. Fue una de esas amistades que se te quedan grabadas en el corazón y que recuerdas con mucho cariño. Fotografías, postales, recuerdos vivos de ella que aún hoy conservo me trasladan a ese tiempo en el que tímidamente nos abríamos paso, con mucha ilusión, sobre un blanco lienzo en el que ir dibujando nuestro futuro.
Pasado algún tiempo, supe que se había casado con su novio de todo la vida y que se había trasladado a vivir a Fuerteventura. Me alegré por ella.
Después de algunos años más y por casualidad, me llega vagamente una información que me deja perpleja. Blanca dejó a Germán y anda de relaciones con un Señor, que todo el mundo conoce en la isla, en el archipiélago y hasta fuera de nuestras fronteras. Aristócrata de nacimiento y político de vocación, tan rico como promíscuo, además de casado y con hijas mayores que ella. Intenté mantener mi rostro sin ningún signo de exclamación y me despedí de esa conocida que, como el que no quiere la cosa, me soltó la bomba. Mientras me dirigía hacia mi coche, sentía como si me hubiese tragado una nuez entera y la tuviese atascada en medio de la tráquea.
Ese día no paré de darle vueltas al tema en mi cabeza, hice tantas divagaciones que pasé horas montada en un carrusel de posibilidades que llegó a marearme. Podía entender que su matrimonio no resultara lo que ella esperaba, podía entender que se hubiese encontrado en una situación límite y necesitara alejarse de Germán, incluso podía entender que se hubiese enamorado de otra persona. Pero lo que no lograba comprender de ninguna de las maneras era cómo era posible que aceptara vivir con tantas y tan tremendas concesiones, únicamente por escalar peldaños socialmente, por dinero y por poder disponer de las mayores comodidades, pero ¿ a cambio de qué? ¿le merecía la pena?. Sabía que no era amor.
Desde ese preciso instante y hasta esta semana pasada, muchas y variadas han sido las noticias que me han ido llegando a modo de goteo, es obvio y evidente que si estás con alguien tan conocido como ese Señor, se multiplican las posibilidades de que pública se convierta esa relación. Y precisa y sorpresivamente la semana pasada obtuve respuestas a esas preguntas que aquél día me planteé.

Llevé a mi niña pequeña hasta un pueblo vecino a que montara en poni, les tiene adoración. Mientras esperaba a que acabara de dar el paseo, me acomodé en una de las mesas que están en la terraza y pedí un té. Había un montón de gente ese día, era víspera del fin de semana y la concurrencia era importante. Un montón de críos jugando y riendo entre las mesas se lo pasaban pipa, yo entré rauda y veloz porque hacía un sol que rajaba las piedras y deseaba ponerme bajo la pérgola de la terraza. Casi instantáneamente escuché a alguien llamando la atención a uno de los críos para evitar que siguiera metiendo los dedos bajo el agua de la fuente. Esa voz me resultó conocida, no se, pensé: "esa voz la conozco y bastante", pero no era capaz de asociarla a nadie en concreto. No quise girarme, venía justo de mi espalda y el gesto era muy evidente así es que opté por distraerme mirando a mi hija. Dos minutos más tarde mis ojos se ponen como platos al ver entrar en el recinto al susodicho aristócrata y automáticamente relaciono "la voz" con la de Blanca, ya no me hizo falta girar la cabeza para ratificar su presencia.
Él no llegó ni a sentarse en la mesa, cogió de la mano a una de las niñas y mientras los demás críos le seguían, abandonó el recinto camino de las cuadras. Tenía la oportunidad servida en bandeja, así es que me giré primero, me puse en pié después y sacándome las gafas de sol me planté delante de ella y le pregunté: ¿Blanca, me recuerdas?, se me quedó mirando fijamente y me contestó: Por supuesto que te recuerdo ¿Qué haces aquí?. Me dio dos besos y me invitó a que me sentara junto a ella. Yo no sé si hubiese sido mejor no habernos reencontrado para así seguir teniendo en mi retina a aquella muchacha que yo recordaba.
Bajo sus ojos, dos inmensos lagos negros a modo de ojeras, sus facciones muy endurecidas y el semblante triste, muy triste. Yo que la conozco, o que la conocí una vez, pude percibir claramente su desdicha sin tener la necesidad de recibir ni una sola queja, no nos dio tiempo. Muy rápidamente me dijo que tenía 6 hijos con él pero que a pesar de convivir desde hace algunos años, no se había casado, también me indicó dónde la podía encontrar por las mañanas y que me acercara hasta allí cuando quisiera para que habláramos más tranquilamente. Nada más, se disculpó diciendo que la estaban esperando y se encaminó hacia las cuadras también.
Yo volví a mi mesa, el té se quedó intacto porque no me lo pude tomar, estaba anonadada, cuando la miré directamente a los ojos recibí un impacto certero, su corazón estaba devastado. Me quedé con una congoja latente y durante el camino de regreso a casa me contesté aquellas preguntas que tiempo atrás me había planteado:
¿A cambio de qué? Cambió juventud por estar junto a alguien que bien podía ser su padre, le obsequió su precioso cuerpo y obtuvo a cambio embarazo tras embarazo, obsequió su libertad a un libertino que estoy segura de que ha ido enmascarando sus traiciones a golpe de talonario. ¿Le ha merecido la pena? Indudablemente NO.